“Mi única virtud era llegar al gol”, así, con sencillez se autodefine Juan Carlos Mameli. Él, que fue un supercrack con mayúsculas y cuyo nombre es sinónimo de éxito. Justo él, que enhebró una carrera plagada de goles y títulos, que cosechó en abundancia.
Desde su espigado físico y enorme capacidad para llegar a la red, “Palito” Mameli es un referente para el fútbol de Catamarca. Y sin exagerar, es el mejor delantero que dio estas tierras.
De cabeza, de derecha o izquierda, eludiendo rivales o cazando certeramente algún balón perdido en el área rival. No había problemas para que llegara al gol. Todos los caminos eran válidos y sabía explotar al máximo su estirpe de goleador. Y con este rótulo, trascendió las fronteras de su Recreo natal y dejó su sello inconfundible en Córdoba, Uruguay y en el viejo continente, en España.
Hoy vive en Montevideo, donde se convirtió en ídolo, pero con el recuerdo siempre fresco de su pago y de sus seres más preciados. Ésta es su historia.
De Recreo a Jesús María
Nació en Recreo, departamento La Paz, el 5 de marzo de 1946, y desde su infancia unió lazos con el fútbol. A los cinco años, “Palito” seguía muy de cerca a sus tíos Ricardo, “Potolo”, “Toto” y Alberto, que le pegaban seguido a la redonda.
Después, Mameli empezó a jugar oficialmente en el Instituto Central Norte Argentino a los trece años. “No había liga y jugábamos amistosos con equipos de barrios de aquella época, como Unión Sportiva y San Martín, y con rivales de Frías (Santiago del Estero), San Antonio y San José”.
La recomendación de un comerciante, que se deslumbró por sus condiciones, lo llevó a la ciudad de Jesús María, en Córdoba, para alistarse en el club Falucho.
Con sólo 15 años y acompañado de dos coterráneos y compinches del fútbol, Eladio “Cucú” Santillán y René “Pelado” Moreno, “Palito” viajó religiosamente durante tres años en tren para defender sus nuevos colores.
A pesar de la oposición de don Daniel, su padre, “como era chico, no quería que viajara solo”, recuerda el “As”, y del apoyo de doña Ofelia, su madre, la rutina se repetía todos los sábados y luego de cada partido del domingo emprendía el regreso a casa.
Eran viajes extensos y agotadores, que se redituaban con una ciudad vibrando al ritmo de sus actuaciones. En la capital de la doma, “Palito” se destacaba partido a partido y cumplía con su cuota goleadora.
Se estaba convirtiendo en figura, y la red, empezaba a ser su más fiel compañera. Sólo contaba con 18 años y su fama llegó hasta la “docta”.
Con el parche de “pirata”
El primer contacto con el fútbol de Córdoba capital se dio en Racing, en el año 64’. “Palito” tuvo una prueba y conformó con lo que mejor sabía hacer: goles. Sin embargo y sorpresivamente, no fichó. “Hice una práctica y anduve bastante bien, pero el presidente de Falucho me dijo que no iba a quedar y lo tuve que aceptar”.
Pero la revancha no tardaría en llegar. Y a fines de ese año su destino futbolístico se cruzó con un grande cordobés: Belgrano. El catamarqueño participó de un cuadrangular nocturno, que se jugaba en Instituto, y con la receta del gol llenó los ojos del DT Augusto Fumero. Esa noche empezó a gestarse un romance con el “pirata”.
En Alberdi, su nombre es sinónimo de idolatría. Durante cuatro temporadas, el recreíno aportó su efectividad en la red y Belgrano festejó tres títulos en la Liga Cordobesa. El último, posibilitó jugar el certamen Clasificación -que se adjudicó invicto- y luego el Regional, para llegar al Nacional de clubes 68’.
El equipo tuvo una participación discreta, finalizando 10mo. sobre 16 participantes, pero cumplió sus mejores actuaciones en Buenos Aires. Empató con el Racing de Pizzuti y venció a “Los Matadores” de San Lorenzo y a Estudiantes de La Plata, reciente campeón del mundo.
El saldo de “Palito”: ocho tantos para Belgrano en torneos organizados por AFA, incluidos Nacionales y Regionales.
“Fueron cuatro años muy lindos y una experiencia realmente divina. Ganamos todo y ante Talleres, que eran partidos bravos, tenía la suerte de hacer goles”.
La gloria en el tricolor
En diciembre de 1968, Nacional de Uruguay compró su pase a Belgrano en la friolera de doce millones de pesos. Y directo desde Córdoba, sin escalas, cruzó el Río de La Plata. “En un partido ante San Lorenzo, por el Torneo Nacional, hice dos goles y un dirigente uruguayo me preguntó si quería jugar en Nacional. Le dije que sí, pero todo en tono de broma. En el vestuario les conté a mis compañeros y todos nos reímos”.
Luego de una traicionera lesión - ”cuando llegué en enero, me lesioné y estuve cinco semanas sin jugar”-, su debut se produjo en marzo del ‘69. Por esos días corrió la versión de que los uruguayos querían contratar en realidad a la “Pepona” Reinaldi y se confundieron. “Reinaldi es rubio y yo negro; además cuando jugaba, la ‘Pepa’ era suplente. Así que era imposible que se confundieran”.
“Palito” se codeó con la gloria y alcanzó su esplendor futbolístico en un superequipo, que constituía la base de la selección “charrúa”. Estaban Luis Ubiña, Montero Castillo, Luis Cubilla, Víctor Espárrago, Ildo Maneiro y Ancheta, además del brasileño Manga y el argentino Luis Artime. “Con Luisito somos muy amigos; como goleador fue un grande, pero como persona es excelente. Hace un mes estuvo en casa con su señora. Con Montero Castillo somos como hermanos, y todavía me encuentro con Masnik, Mujica...”.
Los títulos empezaron a llegar, junto con el reconocimiento de la hinchada. Cuatro títulos del campeonato uruguayo (1969, 1970, 1971 y 1972), dos Copas Montevideo Internacional (1969 y1970) y una Copa Ciudad de La Plata (1971).
A esto incorporó el título de máximo artillero de la temporada 1972 con veinte anotaciones y se instaló como octavo goleador histórico de la entidad con 156 tantos. Como si esto fuera poco, se ganó a la hinchada “tricolor” convirtiéndole cinco goles al “odiado” Peñarol, sobre 25 clásicos que disputó.
“En mi primer clásico con Peñarol hice dos goles y eso me ayudó a ganarme a la hinchada. En Nacional no importaba que hiciera 50 goles, lo importante era anotarle a Peñarol”.
Tiempo de cosecha
El broche de oro llegó en el ‘71, con la obtención de la Copa Libertadores. La ruta a la gloria empezó en los 4.000 metros de La Paz (Bolivia) ante Chaco Petrolero, con Mameli conquistando un gol. Con Estudiantes de la La Plata, Nacional definió el título en un tercer partido disputado en Lima, tras caer en La Plata y vencer en Montevideo (1 a 0 en ambos casos). Con tantos de Espárrago y Artime (2-0) se consagró campeón de América. “Siempre recuerdo que cuando regresamos de Perú, tras ganarle la final a Estudiantes, había una cantidad impresionante de gente esperándonos en el aeropuerto y en las calles”.
Un éxito que prestigió a Nacional y al delantero recreíno, y que se prolongó con la Intercontinental, que sufrió el Panatinaikos griego que dirigía “Pancho” Puskas. En El Pireo 1-1 y en Montevideo 2-1, con tres goles de Artime.
Para el ‘72, la vidriera de títulos se agrandó con la Interamericana ante el Cruz Azul de México. “Viví cuatro años muy lindos, los mejores como futbolista. Desde el 69’ hasta el 73’ ganamos absolutamente todo”.
Este buen momento de Mameli llevó a que fuera tentado por Etchamendi para nacionalizarse uruguayo y que juegue por la selección. Pero, el reemplazo del técnico por Bagnulo, que priorizó a Fernando Morena, dejaría trunca esta chance.
Europa y River, la cereza de la torta
Sus goles cotizaron y el siguiente destino en su ascendente carrera fue el Viejo Continente. Llegó al Betis de España en la temporada 73-74, en la reapertura de las fronteras para los jugadores extranjeros. “Estábamos con Nacional de gira por Grecia cuando se hizo el pase, y arreglé con el Betis para jugar en la B de España. La Liga era poderosa y se armó un equipo para ascender. Llegaron Eduardo Anzarda que estaba en el Real Madrid, Esnaola de la Real Sociedad y Biosca que luego jugó en la selección”.
“Palito” asumía como propio el desafío “bético” de regresar a primera división, y el técnico húngaro Szusza, lo colocó junto al gigante Aramburu armando una potente dupla de ataque.
Luego de un comienzo titubeante, al igual que el equipo, Mameli se afianzó y se convertiría en el terror para las defensas rivales. Lo sufrió el Sevilla, el eterno rival de la ciudad, en el Villamarín y por 3-0.
“Cuando debuté en el primer clásico convertí dos goles”. La extensa temporada tuvo se premio el 23 de mayo del ‘74, cuando el verdiblanco se aseguró el ascenso batiendo al Gimnástico de Tarragona.
La campaña del recreíno se rubricó con catorce goles y el Betis, con 51 puntos, ascendiendo a primera. Actuó una temporada en primera. “No jugué tanto porque tuve problemas con el técnico”, dijo y aclaró que las diferencias
surgieron por un pedido del DT para que adoptara la nacionalidad española y así no ocupara la plaza de extranjero. Entonces, fiel a sus raíces, se negó y emprendió el regreso, acabando con ello su aventura europea.
Como el libro de pases estaba cerrado en Uruguay, en septiembre del ‘75 recaló en el campeón argentino River Plate, que acababa de romper una sequía de 18 años sin títulos. “Hablé con Luisito Artime para recomendarle a un amigo que nada tiene que ver con el fútbol y él se enteró que tenía el pase libre; entonces hizo los contactos y así llegué”.
Sin jugar, festejó el título del Nacional ‘75 y luego hizo la pretemporada en Necochea, en donde sufrió un tirón. En un equipo pleno de estrellas que conducía Ángel Labruna, tuvo muy pocas oportunidades de actuar. “Estuve solo ocho meses y alcance a jugar un único partido (7 de marzo del ‘76 ante Gimnasia y Esgrima La Plata, en el Monumental y por el Torneo Metropolitano). River tenía un equipazo, estaban Fillol, Passarella, Perfumo, Mas... y era muy difícil jugar”.
Se aproxima el final
A mediados del ‘76 se fue de River y se trasladó a Tucumán para jugar en Atlético, que dirigía un amigo y antiguo compañero de Nacional, Luis Artime. “Mi paso por Tucumán no fue positivo. La hinchada era complicada y los dirigentes, según los comentarios, le pagaban para que insulte a los jugadores.... No tengo buenos recuerdos”.
Jugó hasta fin de año y retornó a Uruguay, a su viejo amor: Nacional. “En el ‘77 regresé a Nacional. Luis Cubilla era el técnico y me pidió, y allí estuve hasta 1980, cuando en una concentración discutí con Dellacha (que era el DT) y decidí irme. Si me hubiera quedado, a los 20 días llegó Martín Mugica para hacerse cargo del equipo, y podría haber ganado otra vez la Libertadores y la Intercontinental”.
Su historia prosiguió en Rampla Juniors, en la segunda división “oriental”. Era 1981. “Estaba Garisto como técnico y salimos campeones invictos. La campaña fue bárbara, pero me fui porque me debían plata. Luego jugué en Central Español y en equipos del interior”.
Hasta que a los 36 años y militando en El Tanque, un equipo en el que actuó gratis junto a Julio Montero Castillo -”fuimos por amistad”-, dijo basta. El punto final de su carrera llegó, luego de que un compañero de equipo le recriminara que “estaba robando plata”. Una ofensa que caló hondo en “Palito”, y significó el adiós definitivo al fútbol. Corría el año ‘83.
En Uruguay conoció a Teresita Real, su esposa desde 1971 y con quien tiene dos hijas: Fabiana y Luciana. Se afincó en el barrio Balle y hoy disfruta de sus nietos, uno de los cuales -Matías Tosetto- juega en Nacional (baby fútbol) y Welcome (básquetbol).
Todos los años se da una vuelta por el pago, donde se reencuentra con los afectos, su familia y viejos amigos como “Lucho” Romero, Antonio y Víctor Morales, “Porteño” Ponce, “Gallina” y los mellizos “Chano”, entre otros, y despunta el vicio dándole a la redonda.
“A Recreo no lo cambio por ningún lugar del mundo. Allá tengo a mi madre, a mi hermana Cuqui, a mis amigos, y si me dieran a elegir entre conocer cualquier país o ir a Recreo, siempre me quedaría con Recreo”. Una expresión sincera de amor por sus orígenes. Una descripción íntegra de su personalidad. Así es Juan Carlos Mameli, un futbolista que inscribió su nombre y el de Catamarca con letras de oro. Simplemente... “Palito”.
Ariel Herrera
Diario El Ancasti, 3 de diciembre de 2001
lunes, 1 de marzo de 2010
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